El fin de la democracia liberal

Es importante y urgente recuperar las políticas públicas de carácter redistributivo y empoderamiento de las clases populares democratizando al Estado

El título del artículo ‘El fin de la democracia liberal’ puede parecer algo exagerado, escrito para llamar la atención. Pero no lo es. La evidencia muestra que este modelo está en una crisis profunda que podría llevar a su desaparición, siendo sustituido por sistemas autoritarios con vocación dictatorial. Vean los datos y lo verán. Actualmente, estamos presenciando en Europa un crecimiento significativo de movimientos y partidos de ultraderecha, algunos nuevos y otros enraizados en movimientos y partidos de ideología parecida a la de los movimientos fascistas de los años treinta y cuarenta del siglo XX en los países del sur de Europa y a los movimientos y partidos neonazis, en los países nórdicos y del centro de Europa, también existentes en aquel periodo. Y dentro de unos días habrá las elecciones al Parlamento Europeo que mostrará el enorme crecimiento de tales ultraderechas en la Unión Europea. En las Américas, estos movimientos también han surgido con gran fuerza. En Norteamérica, en Estados Unidos, el trumpismo ya controla al Partido Republicano, uno de los dos mayores partidos en aquel país, y es probable que su líder (Trump) gane las elecciones presidenciales que se celebrarán este año. En Latinoamérica ya han gobernado en Brasil y hace solo unos meses ganaron las elecciones en Argentina. Esta realidad en ambos lados del Atlántico se está reconociendo y percibiendo como una amenaza al sistema democrático liberal en estos países, creando una gran alarma en los establishments políticos y mediáticos que los gobiernan.

Este crecimiento de las ultraderechas ha afectado a las derechas tradicionales que han ido aceptando muchas de sus posturas y propuestas. En la Europa Occidental, por ejemplo, hemos visto cómo los partidos mayoritarios de derechas, de orientación conservadora o incluso liberal, se han ido adaptando más y más a las políticas de las ultraderechas, derechizando todavía más sus propuestas. Y han gobernado crecientemente en alianza con las ultraderechas. Un claro ejemplo de ello es España, donde la derecha mayoritaria, el Partido Popular, PP, fundado por líderes del Estado dictatorial anterior al sistema democrático actual, ha sido desde su fundación uno de los partidos más escorados a la derecha en la Unión Europea, cuestionando sistemáticamente, por ejemplo, la legitimidad de los gobiernos de signo político diferente elegidos por los votantes. Este partido ha adoptado en los últimos años medidas aún más extremas (como intentar expulsar del gobierno de coalición de izquierdas al partido minoritario de tal coalición, apoyándose para ello en el establishment judicial heredero del sistema judicial del régimen dictatorial anterior), en colaboración con el partido de la ultraderecha con el cual gobierna ya en muchos gobiernos autonómicos y regionales. Tal tipo de coaliciones se está extendiendo hoy en los países de la Unión Europea, siendo probable que el próximo Parlamento Europeo vaya a estar liderado por tales coaliciones entre partidos de derechas y las ultraderechas.

La creciente expansión de las ultraderechas es consecuencia del considerable deterioro de las condiciones económicas y sociales de las clases populares causado por el modelo neoliberal globalizador iniciado en los años 80

Este crecimiento de las ultraderechas, primordialmente (pero no exclusivamente) en los países democráticos a los dos lados del Atlántico, era previsible y así lo indiqué al principio de este siglo en mi libro (Globalización Económica, Poder Político y Estado de Bienestar. Editorial Ariel Economía 2000). La primera causa de tal expansión de estos movimientos ha sido el crecimiento del modelo neoliberal globalizador que se inició a finales de lo que se llamó la época dorada del capitalismo (que comenzó después de la Segunda Guerra Mundial y que duró hasta finales de los años 70). Tal modelo neoliberal globalizador, se inició con el Presidente Reagan en Estados Unidos (aunque ya se había iniciado durante el gobierno Carter que le precedió), seguido tanto por los gobiernos del Partido Republicano como por los gobiernos del Partido Demócratas, incluyendo el gobierno del Presidente Clinton, quien fuera uno de sus máximos promotores. Y en Europa fue iniciado por la señora Thatcher en la Gran Bretaña, y se expandió en la Europa Occidental, incluso entre las izquierdas gobernantes con su adopción de políticas públicas de claro corte neoliberal globalizador, por parte de lo que se llamó La Tercera Vía (Blair, Schröder, Zapatero, Hollande, …). Este momento histórico significó el abandono por parte de los gobiernos socialdemócratas y progresistas de las políticas redistributivas e intervencionistas que hasta entonces habían conseguido el apoyo electoral de las clases populares en general y de las clases trabajadoras en particular.

Las políticas basadas en tal modelo neoliberal globalizador (con abandono de las políticas públicas intervencionistas con vocación transformadora e intento redistributivo, favoreciendo en cambio la concentración de la riqueza y de las rentas, la desregulación de los mercados laborales y la exportación de puestos de trabajo como consecuencia de la globalización de las grandes empresas) tuvieron un impacto devastador para sus clases trabajadoras. Las grandes industrias primero, y las grandes empresas de servicios después, se desplazaron a países con salarios bajos y nula protección laboral, creando una enorme crisis social en todos aquellos países democráticos que llevaron a cabo tal modelo (que terminaron siendo la mayoría). En todos ellos, las rentas del trabajo como porcentaje de la renta nacional descendieron, mientras que las rentas de la propiedad del capital aumentaron considerablemente. En el promedio de los países de la Unión Europea de aquel tiempo (la UE de los 15), las rentas derivadas del trabajo, como porcentaje de todas las rentas durante los años 70, bajaron de un 72% a un 66% a principios de la segunda década de este siglo. En las mayores economías de la EU 15 se dio tal bajón. En Alemania el bajón pasó de un 70% a un 65%, en Francia de un 74% a un 68%, en Italia de un 72% a un 64%, en Gran Bretaña de un 74% a un 72%, y en España de un 72% a un 58%. Al otro lado del Atlántico norte, en Estados Unidos el descenso fue de un 70 % a un 63 %.

La gran crisis social de finales del siglo XX y principios del siglo XXI

Como consecuencia de esta enorme regresión causada por el modelo neoliberal globalizador, es a partir de los años 80, empezando este periodo, cuando se acentúa la polarización social y económica con gran concentración del poder económico en las clases dominantes de cada país a costa del decrecimiento de la capacidad adquisitiva de las clases populares y muy en particular de la clase trabajadora. Y es así como comienzan a deteriorarse de una manera muy marcada los indicadores de calidad de vida en muchos de estos países, cambios que se acentuaron todavía más durante la última Gran Recesión a principios del siglo XXI, cuando la esperanza de vida (años promedio que vive una persona) comenzó a descender en algunos países, y muy en particular en sus clases populares (desde antes de la pandemia, la cual, acentuó incluso más, este descenso). Pero incluso cuando este descenso de la esperanza de vida debido a la pandemia se revirtió al término de esta, la mortalidad debida a causas distintas a la pandemia ha continuado aumentando.

En Estados Unidos, donde tal modelo neoliberal globalizador estaba (y continúa estando) más desarrollado y donde la democracia estaba (y continúa estando) más limitada y la polarización por clase social era más extrema, fue precisamente donde este deterioro de la calidad de vida fue más acentuado. No es suficientemente reconocido que las enormes limitaciones del sistema democrático estadounidense, con plena privatización en la financiación del sistema electoral y su escasa representatividad (consecuencia de su limitada proporcionalidad), sean la mayor causa de que EEUU tenga su modelo neoliberal globalizador más extendido, afectando muy negativamente la calidad de vida y el bienestar de sus clases populares y muy en particular de su clase trabajadora, que es a la vez la clase mayoritaria de tal país (ver: V. Navarro, What is Happening in the United States? How Social Classes Influence the Political Life of the Country and its Health and Quality of Life, International Journal of Health Services, 2021, Vol. 51(2) 125–134). Como consecuencia, la esperanza de vida en Estados Unidos y otros indicadores de calidad de vida son los más bajos entre los países a los dos lados del Atlántico Norte.

El modelo neoliberal globalizador alcanzó su máximo desarrollo a principios del siglo XXI durante la Gran Recesión (2008). Fue en este momento cuando emergió con fuerza la epidemia de las llamadas “enfermedades de la desesperación” (adicción a las drogas, alcoholismo y suicidio), que provocaron un incremento significativo en la mortalidad. Estas enfermedades afectaron principalmente a la clase trabajadora y su prevalencia ha continuado aumentando durante la segunda década de este siglo.

En realidad, en Estados Unidos, en 2018, la mortalidad entre la población sin educación superior (que constituye la mayoría de la clase trabajadora), causada por estas enfermedades alcanzó las 158 mil muertes. Esta cifra se acerca al número de muertes causadas por la pandemia del COVID-19 en 2021. Durante la pandemia, la mortalidad debido al COVID-19 también afectó intensamente a la clase trabajadora, la mayoría de la cual no pudo quedarse en casa durante ese periodo para protegerse del contagio, a diferencia de las clases empresariales y grandes sectores de las clases medias. Esto resultó en un aumento significativo en la mortalidad diferencial por clase social.

Es importante destacar que, además de clase social, hubo una variable demográfica que tuvo un impacto diferencial según el tipo de epidemia. Dentro de cada clase social, las personas jóvenes fueron las más vulnerables a enfermar y morir por “las enfermedades de la desesperación”, mientras que las personas mayores fueron las más vulnerables a enfermar y morir por la pandemia COVID-19. Aunque la pandemia COVID-19 ha disminuido notablemente (a pesar de la percepción errónea de que ha desaparecido por completo), la otra pandemia (la de las enfermedades de la desesperación) ha continuado e incluso se ha expandido en algunos países del Atlántico Norte, siendo Estados Unidos el lugar donde continúa teniendo su mayor expansión.

La expansión del modelo neoliberal globalizador en la Unión Europea ha tenido repercusiones similares a  las experimentadas en Estados Unidos, aunque con una menor magnitud debido a la mayor influencia política las fuerzas progresistas en sus sociedades. Ahora bien, la adhesión de estas fuerzas, especialmente la socialdemocracia, a dichas políticas también ha significado a un deterioro en la calidad de vida de las clases populares en la UE. Como indiqué antes, la expansión de lo que se conoce como La Tercera Vía, marcó un alejamiento de las políticas redistributivas. Esto permitió también en la Unión Europea un crecimiento de las políticas de rentas de capital a expensas de las rentas del trabajo, lo que resultó en un aumento significativo de la polarización social. Ello fue facilitado por un cambio muy importante de la cultura política dominante, incluyendo la de La Tercera Vía, que asumía que la clase trabajadora estaba prácticamente desapareciendo, siendo reemplazada por las clases medias, que pasaron a considerarse erróneamente como la clase mayoritaria en los países a ambos lados del Atlántico Norte. Como resultado, el énfasis en el conflicto de clases se diluyó e incluso desapareció.

La supuesta desaparición del conflicto de clases y de la clase trabajadora

El énfasis en considerar clase social como categoría de poder fue sustituido por el énfasis en raza, etnia y género. Este cambio en la cultura política de los partidos progresistas y gobernantes, respondió en parte, a la revitalización de los movimientos de las minorías, incluyendo el movimiento de derechos civiles, el de los afroamericanos y latinos, así como el de las mujeres (el movimiento feminista mayoritario) que adquirió mayor visibilidad y atención política en los establishments políticos y mediáticos del país.

Esto explica por qué en Estados Unidos, la elección de un presidente afroamericano, Barack Obama, en 2008 y 2012, y la candidatura de Hillary Clinton a la presidencia en 2016, quien obtuvo más votos que el presidente electo, Donald Trump, fueron eventos significativos. En Estados Unidos, Hillary Clinton se convirtió en un referente del feminismo mayoritario en aquel país. Esta integración de la mujer en Estados Unidos se produjo dentro del sistema democrático que reproduce las relaciones de poder de clase permitidas y existentes dentro de esa estructura democrática. La señora Clinton, además de ser un referente del movimiento feminista mayoritario, fue una de las personalidades políticas en Estados Unidos con mayor compromiso con el modelo liberal globalizador, siendo su mayor promotora cuando fue Ministra de Asuntos Exteriores (Secretaria de Estado en EE.UU.) bajo el gobierno del presidente Obama. Sin embargo, el intento de integración de las minorías y de los grupos mayoritariamente discriminados, como las mujeres, por parte de los establishments políticos y mediáticos del país, mantuvo inalterada la distribución de poder de clases en aquellas estructuras gobernadas por las fuerzas políticas que habían establecido el modelo neoliberal globalizador. Este modelo ha perjudicado enormemente el bienestar y la calidad de vida de la clase trabajadora, a la que pertenecen la mayoría de las minorías raciales y étnicas, así como de las mujeres.

La enorme necesidad de establecer amplias coaliciones de movimientos de liberación (de clase, raza y género) en su lucha contra el modelo neoliberal globalizador

Frente a la versión integradora de las minorías discriminadas y explotadas en la estructura de poder existente en el modelo neoliberal globalizador, hubo también una visión contestataria al sistema de poder de clase existente en tal modelo. Esta visión veía la integración de las mujeres y de las minorías como parte de un proceso más amplio de cambio social. Este enfoque no veía estos movimientos como competidores por la atención de los establishments políticos y mediáticos del país, sino como parte de un proyecto transformador cuyo objetivo era eliminar cualquier forma de explotación. Había sido el modelo del norte de Europa, de tradición socialdemócrata, que no tenía, por ejemplo, un movimiento feminista fuerte como tal, pero donde la liberación de la mujer se veía como parte de un movimiento más extenso de transformación socialista que había hecho suya la causa feminista, habiendo gobernado por más tiempo desde la Segunda Guerra Mundial. Este era el modelo (cuya máxima expresión fue Suecia) donde la mujer tenía (y tiene) más poder a ambos lados del Atlántico Norte. Hoy este modelo está también en crisis, con el crecimiento de un partido heredero del Partido Nazi como consecuencia del abandono del modelo redistributivo que caracterizó a los partidos progresistas, incluyendo la socialdemocracia tradicional, y su adopción de elementos importantes del modelo neoliberal.

La alternativa al modelo neoliberal globalizador, basada en el modelo redistributivo que había existido en el norte de Europa, se extendió en Estados Unidos como resultado de la creciente oposición a aquel modelo. En aquel país, el movimiento liderado por el Reverendo Jesse Jackson, llamado “Rainbow Coalition” (la Coalición del Arcoíris, que era la alternativa a la Tercera Vía clintoniana), representó un intento de coalición de todos los grupos, razas/etnias y géneros que constituyen las clases populares, en oposición a la concentración de poder de clase, siendo reproducida por los recientes gobiernos del Partido Demócrata, que abandonaron todo proyecto de redistribución por clase social oponiéndose y reprimiendo al “Rainbow Coalition” (ver: V. Navarro, Why Reverend Jesse Jackson Was Right. The Issue Is Not Race or Class, but Rather Race and Class. Portside, August 8, 2023). Esta represión por parte de los establishments políticos y mediáticos frente a nuevas fuerzas políticas de izquierda que quieren cuestionar tal modelo ha estado también ocurriendo en Europa.

La clase trabajadora no ha desaparecido y está sumamente frustrada y su enfado intenta ser apropiado y aprovechado por la ultraderecha

Al contrario de lo que reproduce la sabiduría convencional promovida por los establishment políticos y mediáticos a los dos lados del Atlántico, la evidencia muestra que la mayoría de la población sigue perteneciendo a las clases populares, y muy en particular a la clase trabajadora, a la cual pertenecían y continúan perteneciendo la gran mayoría de mujeres y minorías. Este hecho explica el creciente nivel de abstención electoral de la clase trabajadora. Otro síntoma de este descontento y enfado de las clases populares hacia los gobiernos progresistas y socialistas, que abandonaron el proyecto transformador redistributivo por clase social, es su atracción hacia los partidos de ultraderecha, que se presentaron como opuestos al modelo neoliberal globalizador, autodenominándose a sí mismos como anti- establishment liberal. Desde entonces, grandes sectores de la clase trabajadora dejaron de votar a los partidos socialdemócratas y progresistas, y comenzaron a votar a las ultraderechas.

En Estados Unidos, este cambio en el comportamiento electoral de la clase trabajadora se hizo evidente desde el inicio de La Tercera Vía, con el gobierno Clinton en la última década del siglo XX. Este cambio se ha intensificado durante las primeras dos décadas del siglo actual, principalmente durante el periodo de la Gran Recesión, seguido por el periodo de la pandemia. El porcentaje de votantes sin educación superior de la población (cuya mayoría es la clase trabajadora) que votó al Partido Demócrata bajó sustancialmente. Este descenso también se observó en los votantes afroamericanos sin educación superior en el mismo periodo, y un tanto semejante ocurrió en el caso de la población latina semejante. Hay una relación directa entre el deterioro de la calidad de vida de esta clase y su enfado hacia los establishments políticos y mediáticos del país.

Una situación parecida ocurrió en Europa, donde la socialdemocracia se debilitó enormemente en todos los países del continente, desapareciendo incluso en muchos de ellos, tales como Francia, Italia, Grecia, países donde la socialdemocracia había sido la mayor fuerza política del país. Una de las únicas excepciones fue España donde el partido socialista PSOE tuvo una rebelión de sus bases y cambio de liderazgo facilitado y estimulado por una formación política nacida de un movimiento popular de protesta conocido como 15M. Esta fuerza política, PODEMOS y más tarde UNIDAS PODEMOS, entró más tarde en una coalición con el PSOE, estimulando una trayectoria progresista del gobierno evitando la desaparición de este último. La continuación de las políticas neoliberales globalizadoras del gobierno socialista anterior hubiera significado su desaparición, como ha ocurrido en el resto de Europa.

El impacto de la pandemia y la reavivación de la ultraderecha

Las enormes consecuencias negativas del neoliberalismo globalizador en la calidad de vida de las clases populares se hicieron evidentes durante la pandemia, que tuvo un impacto devastador en la calidad de vida de las clases populares. La polarización se acentuó aún más con un aumento muy notable de los beneficios empresariales y un empobrecimiento de las clases trabajadoras, que fueron las que más sufrieron los efectos de la pandemia. Ha sido la pandemia la que ha reavivado la ultraderecha, dando como resultado un incremento de la polarización social.

En realidad, la gravedad de la situación había provocado una respuesta de los gobiernos a los dos lados del Atlántico Norte para disminuir las políticas de austeridad y recuperar el protagonismo del Estado. En EEUU, el candidato y luego Presidente Biden, habló incluso de la necesidad de un segundo New Deal, con políticas claramente expansivas y con vocación redistributiva. Algo similar ocurrió en la Europa Occidental, pero en ambos lados del Atlántico la ejecución de las promesas distó mucho de las esperanzas que se habían generado, apareciendo de nuevo el atractivo de la ultraderecha basada en una decepción y enfado expandiendo el que ya había aparecido con mayor intensidad durante La Gran Recesión. Contribuyó a ello la guerra de Ucrania primero, y la de Israel más tarde, y la militarización de la cultura dominante, con enorme expansión de sector militar a costa del sector social. Y como detalle muy importante, es importante subrayar, que la enorme inflación redujo la capacidad adquisitiva de las clases populares, contribuyendo esto al rechazo hacia los establishments gobernantes. El resurgimiento del trumpismo en EEUU, y de la ultraderecha en la Europa occidental, son un ejemplo de ello.

De nuevo, estos crecimientos de la ultraderecha, muy acentuados ahora en el periodo mal llamado “postpandemia”, eran igualmente predecibles. Y de nuevo, en muchas partes de Europa, los gobiernos que se autodefinen como progresistas, son en gran parte responsables de ello. La manera en cómo respondieron a la pandemia, por ejemplo, fue evidentemente insuficiente. El incremento del gasto público fue necesario, pero insuficiente. Una de las consecuencias más importantes en la pandemia fue el crecimiento de la inflación, que no sucedió como resultado del incremento salarial y del gasto público (como los establishments económicos favorables a la globalización neoliberal afirmaban), sino debido a la enorme libertad que las grandes empresas tuvieron para aumentar el crecimiento sin precedentes de sus beneficios, incrementando con ello los precios de productos y servicios. La evidencia de ello es abrumadora. Incluso ahora por fin lo reconoce el Banco Central Europeo. España es un claro ejemplo de ello. Siendo este el país mayor productor de aceite de oliva hoy en el mundo es a la vez, el país donde el precio de dicho aceite (en términos relativos) es el más elevado. Los beneficios de las corporaciones agrícolas han crecido en dimensiones exponenciales. Los precios no los determinan los mercados, sino el poder de las grandes empresas pertenecientes a la clase dominante. Como consecuencia de ello, la capacidad adquisitiva de la clase trabajadora no aumentó, sino que continuó descendiendo durante la pandemia. Y en cuanto al gasto público social, el aumento fue muy reducido, y que incluso ha descendido más ahora como resultado del gran aumento del gasto militar.

La falsedad de los argumentos económicos promovidos por los establishments neoliberales globalizadores

Es crucial destacar estos hechos, porque los datos macroeconómicos utilizados en el discurso económico dominante no reflejan correctamente las variaciones en el bienestar y calidad de vida de las clases populares. Aunque la evolución y mejora de los salarios son factores importantes, resultan insuficientes para explicar la capacidad adquisitiva de las clases populares. Por ejemplo, es un hecho poco conocido que, mientras la mayoría del pensamiento económico liberal celebra que el PIB per cápita aumentó enormemente desde 1979 al 2017 (en EE. UU. un 85%), la capacidad adquisitiva de la población sin educación superior (la mayoría, la población de clase trabajadora) ha visto reducida su capacidad adquisitiva (un 13% en EE. UU.). Esta tendencia se replica en la actualidad en este lado del Atlántico.

Para las clases populares el modelo neoliberal no se ha traducido en un mejoramiento de su capacidad adquisitiva, a pesar de los aumentos salariales y la disminución del desempleo. Llegar a fin de mes ya es un desafío para más de un tercio de la clase trabajadora, tanto de Estados Unidos como en el sur de Europa, incluyendo a España. Este se debe al enorme incremento de la inflación por causas políticas, es decir, por el exceso de poder de la clase empresarial. El sector alimenticio es un caso claro. Miren la evolución de los precios en las cestas de compra, tanto en Barcelona como en París o Liverpool o Baltimore, y lo verán. Es evidente de que la mayor causa de este incremento es el excesivo poder de las empresas que controlan la distribución de los productos agrícolas, cuyos beneficios han alcanzado unos récords desconocidos hasta ahora. La solución de este problema exige mucho más que el aumento de los impuestos a los beneficios empresariales y aumentos salariales. Se necesita un control de los precios a nivel local, nacional e internacional.

Y es ahí uno de los puntos flacos de los partidos mayoritarios de las izquierdas gobernantes. Es importante y urgente recuperar las políticas públicas de carácter redistributivo y empoderamiento de las clases populares democratizando al Estado. Pero también se requieren políticas públicas más intervencionistas para regular la actividad económica, rompiendo con el excesivo y abusivo poder que la clase empresarial tiene sobre los Estados. Fueron precisamente las políticas intervencionistas que ocurrieron durante la Segunda Guerra Mundial y el periodo que le sucedió —la época dorada del capitalismo—, que junto con las medidas redistributivas, permitieron el empoderamiento de las clases populares y el establecimiento de los Estados de Bienestar. Fue así como se derrotó al fascismo y nazismo anteriores y solo así se podrán derrotar ahora.

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Vicenç Navarro ha sido profesor de economía, de ciencias políticas y sociales y de políticas de salud y bienestar en varios centros académicos a ambos lados del Atlántico Norte incluyendo España. Hoy es Profesor Emerito de la Johns Hopkins University. Su blog es vnavarro.org

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