30 años del Mercosur, hora de balance y reconsideración de sus perspectivas

Un aniversario que completa una década siempre puede ser una oportunidad o una excusa para el balance y la reflexión de evolución, resultados y perspectivas de sueños y proyectos de una sociedad. Puede ser por ello particularmente atinado hacer un balance del tantas veces mencionado Mercosur al cumplirse tres décadas de la firma por los gobiernos de  Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay de su acuerdo constitutivo.

En su punto de partida, el denominado Tratado de Asunción afirmó en forma muy ambiciosa que la integración era “condición fundamental para acelerar sus procesos de desarrollo económico con justicia social”.

Con tal perspectiva, ese documento refería explícitamente como requerimientos de los países participantes de: a)alcanzar la completa liberalización comercial y la eliminación de restricciones no arancelarias entre los países-miembro en solo cuatro años; b) el establecimiento de un arancel externo común y la adopción de una política comercial común en relación a terceros países; c)la coordinación políticas macroeconómicas y sectoriales; y d) el compromiso de armonizar legislaciones.

Por cierto, mucha historia ha transcurrido no solo en la región sino en el mundo desde la última década del siglo pasado. El proceso de integración no ha sido lineal y sus resultados no han sido los esperados. Ello puede verificarse no sólo en la evidencia de las cifras estadísticas que reflejan el limitado entramamiento productivo, comercial y social regional, sino en el cambio de la consideración y las expectativas de las propias sociedades.

Éstas pasaron de una elevada euforia inicial esperanzadora a un marcado y justificado escepticismo, sobre todo por percibirse, sin mucho esfuerzo analítico sino por las vivencias cotidianas, que no sólo no se ha logrado sino que se ha alejado el prometido -y repetidamente frustrado,- “desarrollo económico con justicia social”.

Pero entonces cabe preguntarse si ha servido o no el Mercosur a los objetivos planteados. ¿Cuáles han sido los motivos de sus limitaciones? ¿Es todavía factible el viejo y lógico sueño de la integración regional y complementaria realista, o ya solo resulta una referencia ideal pero inalcanzable en el marco de los efectos e incógnitas que plantean las enormes crisis y reestructuraciones a nivel mundial que se perciben en forma paralela a la pandemia?

La historia enseña 

La concepción de unidad regional se manifestó desde los inicios del proceso emancipador de América Latina. Ella se vinculó inicialmente en forma concreta por la necesidad de defender en común el proceso independentista de la contraofensiva militar española, como por la fuerte referencia del modelo federal en el norte de los Estados Unidos, primer proceso de ruptura colonial en el continente, a partir de 1776.

Ya en un nuevo cuadro histórico, y con una perspectiva muy diferente, la idea de unidad continental reapareció a fines de siglo XIX a través la concepción del “panamericanismo”. Tres fueron los elementos notorios distintivos de ésta: i) la inclusión de todos los países del continente, jugando un rol principal EE.UU; ii) la significación de los aspectos políticos y militares .y iii) el marco de la disputa que se desarrolló entre Gran Bretaña y Estados Unidos por la hegemonía económica en la región.

El “panamericanismo” fue invocado para dar lugar a recurrentes ocupaciones militares de EEUU justificadas en la marcada extensión de la Doctrina Monroe al “derecho” a intervenir en asuntos de otros países en defensa de los intereses de ciudadanos estadounidenses en el corolario emitido por el Presidente Theodore Roosevelt con su explícita política del “Gran Garrote”.

Ya a mediados de la década del 50 del siglo pasado,  teniendo como fondo el clima de amarga decepción que caracterizó las relaciones entre los gobiernos de América Latina y Estados Unidos, se puso de relieve, además, la situación periférica de los países latinoamericanos en la economía mundial.

De tal forma tomó impulso el planteo de la necesidad de políticas activas y de planificación pública para superar la distancia de desarrollo con los países centrales, que dio impulso a  la puesta en marcha en 1960  de una iniciativa de integración regional propia para crear una área de libre comercio, la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC),  que fuera continuada con menor impulso por la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI) a partir de 1980.

Fue un paso esencialmente diferente a los intentos “panamericanistas” anteriores por no incluir la participación de los países más desarrollados de América del Norte, EEUU y Canadá.

En la década del 90 el enorme cambio geopolítico mundial que significó el desmoronamiento de la Unión Soviética y las economías planificadas del Este de Europa, generó un marco ideológico propicio para justificar un proceso de globalización indiferenciada Sur-Norte, es decir sin considerar diferencias de grados de desarrollo y/o competitividad, a través de tratados de libre comercio (TLCs) y acuerdos de protección de inversiones (TBIs).

En un marco de recurrentes crisis, el cambio de ciclo -habitualmente referido como “ola neoliberal”- fue justificado entonces como un nuevo” regionalismo “abierto”, que se ubicó en línea con los paradigmas anti-intervencionistas de desregulación, privatización y apertura económica y comercial impulsados por organismos multilaterales, empresas multinacionales globalizadas  y usinas de opinión.

Su característica esencial fue impulsar una amplia y rápida apertura comercial bajo el supuesto que la integración abierta a la economía mundial sería el camino más corto y el único viable para la modernización y la superación del atraso histórico.

La puesta en marcha en 1991 del Mercosur planteó una perspectiva dual.  Por un lado, asentó  la prioridad y ventajas de la unificación regional independiente , tomando como base los avances alcanzados en el marco de ALALC/ALADI, Comunidad Andina y con posterior UNASUR y CELAC . Por otra parte, en forma simultánea,  se perfiló  sólo como una instancia circunstancial de vinculación regional en línea con la aspiración de apertura a la competencia global de un “regionalismo abierto” en el entorno de la puesta en marcha entonces  de la Organización Mundial del Comercio (OMC).

Aprender y hacer

El balance del Mercosur debe ser concebido en todo caso por la influencia de ambas perspectivas. Es así, entonces, que reconociendo la existencia de distintas visiones y posicionamientos de distintos gobiernos con sesgos políticos diferenciados, es posible y necesario llevar  análisis  de objetivos, estrategias y reconocer  el  camino recorrido en tres décadas evitando meros impresionismos. La realización de un balance del camino recorrido no debe ser para especular o discursear sobre “lo bueno que hubiera sido” sino para afrontar un período de grandes cambios y reformulaciones.

En todo caso,  es esencial seguir  reconociendo  el enorme  logro inicial  del  Mercosur de haber logrado que los dos países mayores de América del Sur, Argentina y Brasil, pasaran a contar con un marco de referencia común que, aunque con enormes limitaciones, ayudó a superar la permanente disputa, competencia e hipótesis de conflicto que caracterizaba durante mucho años sus vínculos.

Se logró mantener la unidad regional para las negociaciones con terceros países,  y la apertura comercial  refirió un marco común arancelario y de normas técnicas y, aunque muy limitadamente,  condiciones para una complementación productiva regional más amplia, aunque  ello fue esencialmente  en sectores con preeminencias  a empresas extrarregionales  (automotriz, petroquímica) y en mucho menor medida locales.

En el marco de los enormes cambios planteados hoy para América Latina, para romper el inmovilismo el Mercosur se debe partir del reconocimiento de la incapacidad que ha tenido “la mano invisible del mercado” para atender en forma activa con políticas públicas cuestiones centrales para un proceso equilibrado y propositivo  de integración.

Entre ellas, revertir asimetrías con acciones y medidas concretas de apoyo y compensación   entre países grandes y pequeños (queja justificada recurrente de Paraguay y Uruguay), la necesidad de evitar devaluaciones competitivas y crescendos proteccionistas.

Y muy especialmente, asentar la necesidad de actuar en común para defender y  contraponerse ante  las  mayores presiones y  descompensaciones que golpean particularmente a  países periféricos en sus relaciones con países centrales, a través de negociaciones confidenciales  de  acuerdos de libre comercio llenos de promesas pero  que, tal como pone en evidencia la experiencia,  ahondan desequilibrios, tal como se observa actualmente en negociación con la Unión Europea.

Asimismo, la necesidad de bregar por posiciones comunes en temas clave que acosan urgentemente las sociedades: crisis financiera, atención de la salud, derechos sociales, cooperación y reconocimiento educativo, migraciones, y muchos más.

El Mercosur se encuentra ante una encrucijada y no puede ignorarla. Son tiempos para el estudio y la reflexión para la acción y no para la mera especulación.

Jorge Marchini

Jorge Marchini: Profesor Titular de Economía de la Universidad de Buenos Aires. Coordinador para América Latina del Observatorio Internacional de la Deuda, investigador del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso). Vicepresidente de la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA).

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